Siempre pensé que era prestada. Que no estaba allí realmente. Que era todo demasiado frágil. Que un día, cualquier cosa, quebraría lo que pasaba. Pero nunca perdí la esperanza de que las cosas mejoraran. De que al final todo pasara. Pero era inevitable.
Más que nada porque nunca pude asumir la realidad que se me planteaba desde el principio: no estaba bien. No actuaba correctamente. Todo fue tan... atropellado, por decirlo de alguna forma. Por eso es que no pude entender hasta que las cosas se salieron de control, lo frágil de la situación.
Igual, pienso, mirando hacia la nada, qué hubiera pasado si jamás nos hubiesemos conocido. Tal vez habría sido menos doloroso darse la espalda de esta forma.
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