Comenzó a gritar tan fuerte. Ya ni sé qué era lo que me reclamaba. No le entendía, o no quería entenderle, una mezcla de ambas cosas. Luego tomó el teléfono y lo golpeaba sobre la mesa fuerte, casi lo rompe.
No sé cómo, pero la tomé de los hombros y le dije que se calmara, que no entendía nada, que por favor se detuviera. No hubo caso. Por fin dijo algo que sí pude entender, demasiado claro para mi gusto: "esto es mi culpa, déjame terminar con esto". En ese momento, tomó una cuchilla y se cortó. Tan rápido, que a penas pude llegar a pensar. Se cortó un mechón de pelo y lo dejó caer.
Entendía cada vez menos lo que se me presentaba. No sabía cómo reaccionar. Quedé atónito mientras ella balbuceó algo y se agachaba para quedar tendida en el suelo. Me puse junto a ella. La abracé y lloró. Nunca volvimos a hablar de eso. Y ese fue el problema, porque cada vez que pienso en esto, me corre el escalofrío que inevitablemente me murmura lo equivocado que estoy.
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