Cuando te miraba a los ojos, realmente lo hacía y veía (o más bien buscaba) esa sinceridad que creía que debía estar allí. No podía fallar. Ese brillo especial, esa ternura que no le mostrabas a nadie. Todo se encontraba allí. No desapareció. Se escondió.
Se escondio de mi porque vio los resultados de que la conociera: surgió ese sentimiento que nunca debió surgir, y por consiguiente, la destrucción. El final. Todo.
No importa del todo, lo esperaba: pero siempre te lo dije, me encantaban tus ojos, por lo que podría sentir en ellos, ni siquiera ver, era sentirlo. Ahora no están ni estarán jamás.
Aunque, esto te hará gracia, nunca perderé la esperanza. Un día volverás, un día me dirás lo que realmente deseas decirme y cuando pase... volveré a ver a tus ojos y te diré lo que sentí por ti. Dalo por hecho.
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