En el ático de su casa, vivía una niña sola. Completamente sola. Con suerte, interactuaba con las personas que le vendían cosas para sobrevivir, como víveres y alimentos. Fuera de eso, nada más. Vivía completamente sola. Pero, no porque fuera mala o algo por el estilo. Era porque, simplemente, el destino así lo quiso.
Eso sí, siempre hablaba con un niño que la iba a ver a la ventana del ático de su casa, el cual se quedaba horas conversando con ella y consolándola. Porque la niñita sufría por estar siempre tan solita, no quería y le daba pena, pensaba que no era justo, que ella "algo" había hecho para estar así. Él la consolaba y le decía que era una preciosa persona y que si lo pensaba bien, no estaba tan sola. Pero ella insistía e insistía. El niñito solamente la escuchaba y la consolaba.
Eso pasaba a menudo y la niñita estaba acostumbrada a hablar con este niño. De hecho, le gustaba hablar con él. Siempre le decía cosas bonitas y además, conversaban muy a gusto. El niñito le insistía que no estaba sola cada vez que hablaban. Ella no se convencía.
Un día hablaron y el niño le dijo lo mismo que siempre le decía. Ella le gritó que estaba sola y así se iba a quedar y lloró... que porqué le decía esas cosas, que eran ilusiones vagas. El niñito la miró y le dijo que la quería ver bien porque su alma era maravillosa y que ojalá algún día ella fuera feliz. Salió por la ventana llorando y se fue. Nunca más volvió.
La niña lo esperó, lo esperó y nunca llegó. Y se dio cuenta que ahora SÍ estaba sola, que el niñito era su compañía más preciada y que lo quería, tanto como él a ella, pero que jamás, jamás se dio cuenta de todo el cariño, afecto y amor que le daba ese niñito día a día que la iba a ver.
Lloró, lloró tanto que murió de pena al darse cuenta que tuvo la oportunidad de ser feliz y que, a fin de cuentas, no estaba sola.
Había alguien que la quería como nadie en el mundo la iba a poder querer.