miércoles, 12 de agosto de 2009

Tiene Susto


Caminé desde el fondo de la oficina hacia el baño. Cerré la puerta con pestillo, prendí la luz y me miré fijamente al espejo, a la vez que tomaba en mis manos agua para echarme en la cara. Me volví a mirar al mojarme. Y lloré.

De nuevo, como hace tiempo no lo hacía.

Era dolor, pena, rabia. Exageradamente lo último. Y tenía miedo. Miedo de... seguir así. De que nadie me preguntara cómo me había ido en el trabajo, me llamara para saber cómo estaba, de que quisiera estar conmigo, que me extrañara. Que se le ocurriera "raptarme" para no ir a trabajar un día y cometer una locura juntos, simplemente porque nos queremos.

Absolutamente nadie.

Y también estaba en mi cabeza el hecho de que me daba pena mi suerte en ese aspecto. En otros puntos de mi vida, todo marcha demasiado bien, estable, dinero, salud... bien. Tal vez el gran problema es no poder compartirlo con nadie. De manera más estrecha, complice, tener planes en común, contarse cosas, abrazarse.

Eso ni pensarlo.

Me falta eso. Llegar un día, que me conecte, me hable. Quiera verme, oírme. Quedarme en su casa, ella en la mía. Conocerse más. Quererse, acompañarse. Ir al cine juntos, no por la peli, si no por estar juntos. Salir, juntarse no importa cómo... En el fondo, tengo muchas cosas en mi vida ahora, lo sé. Pero qué ideal sería que las cosas pudiesen ser así también. Tener a alguien que te acompañe.

Que te entienda y quiera estar contigo.

Simplemente, que te quiera. Pero no hay nada. Quisiera tanto que me fuera a ver al trabajo, a buscar... a pasear, a acompañarse... cuidarse. En el fondo, es tan sencillo.

Es una pieza que me falta en mi rompecabezas. Que si la tuviera, todo sería más que perfecto y no solamente perfecto, como ahora.

Alguien que me dijera que no la deje nunca...

Tengo susto. Susto y resignación.

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