viernes, 17 de diciembre de 2010

Prozac - Cap. 17 (Re-Publicación)

Y llegamos a un terreno baldío que está a los pies de la Pirámide, cerca de donde yo vivía antes. Relativamente cerca, pero barrios que conocía muy bien. De pronto, al ver el cuerpo amarrado fuertemente en bolsas de basura, me di cuenta que había un solo lugar dónde hacerlo desaparecer y con qué hacerlo desaparecer.

-Vamos por parte, como decía nuestro colega Jack...

Dije, mientras comencé a cortar pedazo tras pedazo ese puto cuerpo que TANTO me había hecho sufrir y que ahora yacía eliminado, pulverizado, inerte, ante mi mirada fría, maldita, esquizofrénica, acompañado por una mujer tanto o más enferma que la que acababa de matar y que, seguramente, terminaría matándose camino a casa, por la impresión.

Había tiempo y ganas, así que luego de cortar los pedazos del cuerpo, comencé a echarle parafina y a quemarlos, tanto como fuera posible. Era un lugar apartado y nadie, absolutamente nadie llegaría a molestarnos.

Había tiempo.

Luego de ver cómo se carbonizaba todo, encontramos un chuzo en el lugar, por lo cual (siempre y en cada momento) con los guantes de cuero de vaca que compre en mis últimas vacaciones en Europa (putas como las de allá no hay en ninguna mierda de país), comenzamos a pulverizar cada trozo de osamenta o miembro que estaba en el lugar.

No digo que no fuese asqueroso.

Luego, volvimos a quemar el lugar, poniendo aserrín encima de lo que aplastamos. Y de nuevo lo hicimos, esta vez, con diarios viejos (que habían en mi departamento). Luego, comenzamos a regar el lugar, gracias a que había un pozo cerca (todas las condiciones dadas, el puto lugar era ideal).

Después, volvimos a poner aserrín, aplastar y quemamos por última vez. Después, esparcimos cal, tierra de hoja, dejamos parejo el lugar (que era amplio, por ende difícil de rastrear) y listo. Lo contemplamos un pequeño instante.

No podía creer lo que acababa de hacer. Era ella a quién maté. Lloré, lloré y no pude dejar de llorar, mientras reía y lloraba y mi secretaria se fue al auto, prendió un pucho, lo fumó y también lloraba en el auto, sentada...

Caí de rodillas y lloré y reí y reí y lloré...

-Seca esas lágrimas (me dijo sollozando mi secretaria) y vámonos a casa...

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